ATAPROC
¿Cómo nació este taller protegido?
Yo puedo hablar desde el recuerdo, desde la
emoción, desde el amor de hija y de hermana, pues fue así como surgió: de una
gran necesidad que tenía por entonces la Ciudad de Concordia, y de un padre (Miguel José Sarli) que, habiendo nacido en esta hermosa ciudad, y formado su familia en Capital
Federal, quiso que su familia se
estableciera para siempre en ella, llevando en el año 1974 a su esposa y cuatro
hijos a vivir allí.
Miguel, el único hijo varón de esta familia,
había sido diagnosticado a los 3 años de nacer, en Capital Federal, como
discapacitado intelectual, con un retraso mental no muy grave, pero que lo incapacitaba
para comenzar a hablar correctamente, y con el tiempo, también para aprender
las funciones lógico-matemáticas fundamentalmente.
Podría decir que a partir de ese momento, la
vida de la familia cambió para siempre. Lo primero que se hizo fue contratar a
una fonoaudióloga para que con toda la didáctica y paciencia del mundo le
enseñara a hablar, muy de a poco pues lo que a sus hermanas le había resultado
tan sencillo y simple, a los 2 años, a
él , ya pasando los 3 años, le costaba muchísimo.
Luego vino la inserción escolar, que fue difícil
pues si bien su deficiencia o discapacidad no era muy notoria, y con la ayuda de la fonoaudióloga comenzó a hablar
bien, y constantemente era estimulado para hablar y hacerlo de la mejor manera
posible, no era como un par de su misma
edad y eso a veces se notaba, lo cual provocaba burlas, y comentarios que lo
hacían volver triste del colegio
primario y no querer regresar a clases.
Pudo sin embargo pasar algún grado, con mucha
dificultad, hasta que sus padres decidieron enviarlo a un colegio especial, Cepla.
No quiero que la familia sea la única
protagonista, pero un poco estas páginas son para mostrar lo que el amor de un
padre, preocupado por el futuro de su hijo pudo llegar a lograr y a crear, si
bien en ese momento aún no sabía hasta donde ese amor lo llevaría.
Por entonces, la familia vivía en Capital
Federal, y se avecinaban momentos inciertos, pues en aquella época, aún no se
tenía demasiado conocimiento sobre cómo tratar a un hijo deficiente mental y si
bien había ya colegios especiales creados para que los niños pudieran asistir a
ellos, no era demasiado difundido en todo el país, y los niños no estaban del
todo integrados al sistema educativo tradicional, sino más bien, segregados.
Todo esto obviamente, fue cambiando muy lentamente y en ese proceso, los padres
y familiares directos fueron acompañando a los niños que sufrían en carne
propia discriminaciones y burlas si los padres insistían en enviarlos a una
escuela que no fuera de enseñanza especial.
No era algo corriente, y también era costoso, no había demasiados
maestros dedicados a niños discapacitados mentales ni colegios a donde
enviarlos.
Mucho menos, talleres a donde luego poder
continuar lo que en el colegio especial pudieran haber comenzado.
Miguel entonces, comenzó a concurrir al instituto de enseñanza especial C.E.P.L.A, Cepla F.Lacroze
2138.Tel: 4772-4117en Capital Federal.
Luego, cuando se decidió el cambio de residencia
de Capital a Concordia, Miguel dejó de concurrir a una institución
especializada, pues había avanzado y su padre, como es lo lógico en todo padre,
tuvo una chispa de esperanza y pensó que podría concurrir a una escuela para
niños normales. Lo intentaron nuevamente, pero no funcionó.
A partir de allí, fue quedando fuera de la
educación formal, y es así como buscando intensamente educación para darle, se
fue encontrando con gente que se dedicaba a estos niños, y con quienes luego
fundaría el taller ATAPROC.
Fue de la mano de Pilar Arregui, psicopedagoga
especializada en enseñanza a niños diferentes, que pudo avanzar algo en su
camino.
Pasó el tiempo y Miguel padre, fue incursionando
en congresos y talleres que organizaba F.E.N.D.I.M (Federación Argentina de
Entidades Pro Atención a las personas con discapacidad intelectual)(federación nacida en el año 1966) en
todo el país, y aprendiendo lo que debía saber para formar un taller protegido,
un sueño que tenía desde que Miguel hijo comenzó la adolescencia.
Siempre pensaba qué haría su hijo luego de
cumplir los 17 años, y cómo se
insertaría en la sociedad.
En estos congresos a los cuales asistían los padres de Miguel hijo, comenzaron a contactarse con otros
padres y docentes de adolescentes con discapacidad intelectual, con los cuales
pudieron intercambiar vivencias, experiencias, ideas para poder ayudar a sus
hijos, y de allí surgió la idea de ATAPROC.
La primera persona convocada fue Pilar Arregui
quien tendría una importante función pues era psicopedagoga especializada en
discapacidad intelectual.
Se hicieron varias reuniones en su domicilio
particular a donde cada vez se iba sumando más gente que se encontraba con la
misma inquietud y que podía reconocerse en esta búsqueda que habían emprendido
hace tiempo atrás.
El primer gran desafío fue encontrar donde
funcionaría.
Primero lo hizo en una casa ofrecida por uno de
los padres, el Sr Masut, cuya hija tenía síndrome de Down y que encontró esta
idea muy viable para la inserción de la misma a un lugar de trabajo. Durante un
tiempo estuvieron allí, luego y a medida
que más padres con hijos discapacitados intelectuales mayores de 18 años se
enteraban, el grupo iba creciendo y haciéndose necesaria la búsqueda de otro
espacio mayor.
Llegó entonces el Palacio Arruabarrena.
Para ese momento, ya no recuerdo demasiado
fechas exactas, pero mi padre, Miguel José Sarli, había convocado e involucrado
en esta maravillosa obra a su hermana, Maruca Sarli (docente de escuela
primaria) y a mi tío, su hermano, el contador Pedro Sarli que colaboró realizando
este trabajo, ad honorem, durante un tiempo.
Por esa misma época, también mi padre entre su
trabajo y sus viajes semanales desde Capital Federal a Concordia (todos los fines de semana sin excepción durante 22 años) (pues él por razones laborales residía de lunes a viernes en Capital Federal)y se hacía tiempo en la convulsionada
Capital para ir a varios lugares del gran Buenos Aires a buscar los implementos
necesarios para que los chicos pudieran trabajar en la confección de bolsas de
residuos, cepillos y trapos de piso que era lo que por entonces (entre los años
1983 y 1990 y algo, no recuerdo bien) realizaban.
Recuerdo también que puso dinero propio para
comprar una de las máquinas para hacer bolsas, no recuerdo bien, pero estoy
casi segura de ello.
Cuento todo esto, pues es una parte de la
historia que nadie sabe, lo sé yo, porque fui parte activa de la creación de
este taller, y tengo recuerdos imborrables del entusiasmo puesto por mi padre y
la gente que amaba a mi hermano, y en él a los chicos con discapacidad
intelectual, gente que sin ningún ánimo de lucro, sin ningún tipo de intereses
creados trabajó incansablemente para que los chicos pudieran trabajar, sentirse
útiles a la sociedad, realizar una tarea digna y ganarse el respeto de la
comunidad.
Mi padre (Miguel José Sarli) dejó el taller hace unos cuantos años, y
partió de este mundo en el año 2009, pero su impronta, su espíritu de lucha y
sobre todo , su trabajo, quedará de modo imborrable en este taller y en el corazón de todos aquellos quienes tuvieron el mismo sueño.
Tal vez allí ya no queden personas que
lo recuerden como fundador, tal vez solo su hijo, mi hermano, sea el único que
recuerde esos comienzos, pero no importa, él , se fue de este mundo, sabiendo
que su hijo seguía concurriendo al taller, como uno más, sin que las personas
que actualmente están allí lo recuerden o sepan bien como comenzó todo.
Hoy, sé que el taller sigue funcionando y hay
mucha gente que sigue estos primeros pasos y lo sigue llevando adelante.
Este blog pretende ser completado, pues hay partes que aún me faltan agregar, pero no quería dejar pasar este año, en el cual se cumplen 30 años de su creación, para rendir este homenaje a quien para mí y para quienes lo conocieron, fue el motor fundamental que puso en marcha esta obra tan importante para la sociedad de Concordia, el primer y hasta ahora único, Taller Protegido para Adolescentes y Adultos con discapacidad intelectual
11 de mayo de 2013
©María
Elena Sarli
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